DE ALASKA A TIERRA DEL FUEGO
el presidente uruguayo expresó su satisfacción: George
Bush sabe donde queda su país (el de aquél, no el de éste) en el mapa;
"nos comprende y respeta", agrego (El Mercurio, 16 dic., p. D
15). En términos si no parecidos en la forma, si equivalentes en el fondo, se
expresaron todos los gobernantes latinoamericanos que recibieron la ilustre
visita en los primeros días de diciembre. Carlos Saúl Menem, avergonzado por el
motín de los carapintadas, aseguró al presidente norteamericano que lo
aplastaría antes de que él arribase; y luego insistió en que los soldados
argentinos en el golfo Pérsico entraran efectivamente en combate. En Chile, Patricio
Aylwin rindió cuenta del retorno a la democracia. No obstante, fue Carlos
Andrés Pérez, de Venezuela, el que mereció el título de "mi gran
amigo" y su país, el de "amigo muy fiel". Es verdad: pese a los
esfuerzos, no todos pueden estar a la misma altura.
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De esta manera, ha culminado una nueva fase en la
historia de las relaciones entre EE.UU. y América hispánica. Como sus
antecesores, George Bush ha improvisado una política resumida en un slogan: como
ayer fue la del "Buen Vecino", o la "Alianza para el
Progreso", hoy es la "Iniciativa de las Américas". En verdad,
como en otras ocasiones, el nombre pomposo puede encubrir la falta de
contenido, esto es, la falta de una política que no sea la mera mantención de
una hegemonía que se suele dar por supuesta; lo intereses más apremiantes de
EE.UU. están en otra parte. "No creemos que esa relevancia (de América
Latina) esté suficientemente reflejada en los programas y políticas de Washington, en nuestra prensa y en nuestro
sistema educacional", apuntó, significativamente, David Rockefeller,
presidente del "Consejo de las Américas" –organismo de fachada que
coordina a las trasnacionales que operan en nuestro continente- y una de las
figuras próceres del mundialismo (Trilateral Commission, etc.). De la conferencia
de prensa ofrecida por Bush en la casa de Aylwin se observó que "parecía
un encuentro en la Casa Blanca, con algunos invitados chilenos", porque
todas las preguntas de los numerosos periodistas norteamericanos se referían a
la crisis del Golfo Pérsico, y no a Chile ni a América (El Mercurio, 9
de dic. p. D 6). Desde este punto de vista, pues, quizás no habría que tomar
muy en serio la "Iniciativa de las Américas". Sin embargo, hay que
reparar también en el énfasis de Bush, ahora que EE.UU. no tiene un rival de su
talla al frente y que parece estar más cerca que nunca antes del "gobierno
mundial". La "Buena Vecindad" rooseveltiana suponía naciones
soberanas –al menos en teoría- que coexistían amistosamente. El actual presidente
norteamericano ha hablado de plena integración, "de Alaska a Tierra del
Fuego". Integración esencialmente económica –las Américas, "socias
iguales" en una zona de libre mercado-, pero también política: el
"primer hemisferio totalmente democrático".
Por cierto, la invocación al libre comercio y a la
democracia pertenecen al arsenal ideológico de Washington desde siempre (cf.
"Caliban contra Ariel. Crónica de los hechos del imperialismo yanqui contra América", CC N° 12). Del mismo modo, es vieja la
repetición de estas consignas por las clases dirigentes de nuestra América.
Pero ahora resuenan de modo diferente, en este clima de mundialismo
totalízante.
Es la democracia, no como un sistema político más
entre otros posibles, sino como régimen final de la Historia, lo que se nos
propone. Es el mercado como crisol de estados, pueblos y razas, y la economía
como único destino del hombre. Es la ideología de los "derechos
humanos" como moral universal, en este "nuevo orden del mundo" a
que ha aludido el propio Bush. La integración de "las Américas" en un
solo mercado, con una sola fe laica, es parte del nuevo orden mundial, y un
paso hacia él.
En tal clima ideológico se comprende la breve y
triunfal gira latinoamericana de George Bush. Respecto de Chile, no sólo el
gobierno de Washington no tuvo necesidad de hacer algunas concesiones
amistosas –ni indemnización a los productores afectados por el sabotaje a la
uva chilena, el año pasado, ni levantamiento de la "Enmienda Kennedy"-,
sino que, por el contrario, pudo exigir concesiones del gobierno chileno con
anterioridad a la visita presidencial: "el Secretario de Legislación de la
Presidencia, Pedro Correa, recibió la orden presidencial de redactar un veto a
la ley de propiedad industrial que había aprobado el Congreso (y que
contrariaba los intereses de la industria farmacéutica norteamericana)... Los
parlamentarios opositores casi no daban crédito a lo que veían sus ojos. Les
parecía una actitud indigna llegar al punto de entrometerse en las decisiones
legislativas producto de las presiones de Estados Unidos" (sic. El
Mercurio 2 dic., p. D 1). Con todo, la clase política chilena se
mostró unánime a la hora de rendir pleitesía al visitante. Los socialistas –"¡quién los vio y quién los ve!"-
se apresuraron a darle la bienvenida, y su principal personero, el ministro de
Educación, censuró duramente las manifestaciones estudiantiles adversas; la UDI
–sedicente "único partido de oposición real"- había anunciado su intención
de boicotear la sesión del Congreso Pleno en que se recibiría a Bush, pero, al
final, se sometió. Unos pocos diputados de distintos partidos protestaron
porque el equipo de seguridad yanqui registró con perros el Salón de Honor,
pero nada más. Es justo reconocer que la nota más digna la puso el Presidente
del Senado, Gabriel Valdés, quien advirtió en su discurso de recepción a su
huésped: "los intereses de América Latina y los de los Estados Unidos no
son simétricos". En cuanto a las Fuerzas Armadas, el Ejercito ha sido
jaqueado en una serie de jugadas habilísimas y tiene en este momento más
domésticas preocupaciones; en el caso específico, el general Pinochet se mostró
muy honrado porque Bush le estrechó la mano y reconoció que fue él, en su
gobierno, quien inició las políticas de liberalización del mercado ahora
celebradas; mientras que el Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea opinó que el
levantamiento de la "Enmienda Kennedy" permitiría adquirir material
aéreo moderno.
Hemos dicho
"gira triunfal", pero, a decir verdad, sólo lo fue entre los
dirigientes hispanoamericanos. En ningún momento, ni en Santiago, ni en Buenos
Aires ni en Caracas, Bush pudo estar en contacto con las poblaciones. Como en
el Próxirmo Oriente, cuenta con los gobiernos mas no con los pueblos. Los repudios
populares en tiempos de Eisenhower, de Kennedy o de Nixon eran más masivos,
también es verdad; la "despolitización" promovida por los centros de
poder mundiales, el ambiente soft de esta "post-modernidad",
han hecho lo suyo. Hay que saludar, pues, en esos estudiantes santiaguinos o
caraqueños, como en esos parlamentarios argentinos que se negaron a prestar
homenaje al visitante, a verdaderos defensores –aun si inconscientes o
incoherentes- de la dignidad americana.
Pero, por otra parte, ¿que más podían hacer los
gobernantes de América Latina? ¿Acaso no era y no es una necesidad de Realpolitik
contar con la presencia norteamericana y, en consecuencia, recibir con los
honores debidos a su máximo representante? ¿No es ello normal en las relaciones
entre estados? Sí, seguramente, mas en todo hay una medida. Un Carlos
Ibáñez mantuvo el Pacto de Ayuda Militar con EE.UU. que, como candidato, había
anunciado que rescindiría; un Jorge Alessandri se vio obligado a romper relaciones
con Cuba, siguiendo directrices de Washington: obligaciones de una Realpolitik,
sin duda; con todo, aquellos gobernantes mostraron en general mayor
independencia que los actuales. Otra época, desde luego. Aun así, ¿era
necesario que estos gobernantes se apresuraran a respaldar a EE.UU. –con
moderación, en el caso de Aylwin; hasta el desenfreno, en el de Menem- frente a
Irak, cuando aún hay tropas de ocupación norteamericanas en Panamá? Si el
interés nacional puede aconsejar recibir la visita del Presidente de los
Estados Unidos, no parece que obligue a seguirlo en sus aventuras bélicas ni a
mostrar la obsecuencia que tantos mostraron aun en asuntos internos.
Por
supuesto, una política exterior verdaderamente independiente –digamos mejor: un
Estado verdaderamente independiente- requiere del concierto entre las
naciones latinoamericanas. Un acuerdo entre los gobiernos, por ejemplo, ante la
visita de Bush, no hubiera sido imposible ni pertenece al terreno de las
utopías. Para ello se necesita, claro está, la voluntad real de los estadistas
y de las clases políticas. Pero una América que quiere existir solamente en el
plano de la economía y del folklore, en las utopías regresivas y en las utopías
"post-modernistas"; una América que no quiere Ejércitos ni Estados,
sólo "seres humanos" en amorosa predisposición hacia los extraños,
una América así no está preparada para ser libre. Entretanto, vayan nuestras
simpatías hacia esos obscuros policías panameños que, amotinados contra el
presidente impuesto Endara, tuvieron el honor de ser reducidos por las propias
tropas yanquis. Que sea ése anticipo de mayores y más afortunados combates.
E.R.*
*Erwin Robertson. Publicado en Ciudad de los Césares N° 16,
Enero/Febrero 1991.